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Carta urgente a Juan Pablo II

<strong>Carta urgente a Juan Pablo II</strong> por Guillermo Urbizu

Santidad, perdone mi atrevimiento, pero ahora que los medios de comunicación andan casi todos despepitados preparando documentación, ingentes reportajes y vertiginosos artículos, en previsión de un no muy lejano óbito de su persona (me hace gracia las ganas de algunos por enterrarle), a mí lo que me pone es ir a la contra. No lo puedo remediar. ¡Menudo moribundo está usted hecho! Lleva décadas en agonía y, sin embargo, no conozco nadie más vivo ni más consciente de la realidad de las cosas. Por ello el primer propósito de estas líneas quisiera ser una reivindicación de su buena salud. Soy de los que creen que el hombre disfruta de ella mientras el vigor espiritual es el que prevalece. Incluso una vez muertas, las personas que se han distinguido por su bondad disfrutan de una lozanía que para sí quisieran muchos vivos. Y usted hace años que abrazó la Cruz de Cristo, en una completa entrega a todos los hombres. A todos, incluso a los memos que desean con frenesí su jubilación, o su muerte. Porque usted es un tipo molesto, ya lo sabe, y provoca una variante de urticaria mercenaria que tiene mucho que ver con la mala conciencia. En fin, a lo que iba, que la intensidad de su vida interior es su verdadera salud. El misterio de la gracia tiene estos vislumbres, y la santidad hace acopio de dolor, y la enfermedad se transforma en redención.

Santo Padre, ¿qué tendrá la Iglesia Católica para que la metan en todas las salsas, para provocar tal densidad de saña? El impudor laicista resurge aquí y allá, revestido de los más variopintos ropajes, pespunteados de frivolidad y arrogante cizaña. Cualquier excusa vale para vilipendiar nuestra fe. Y en España no íbamos a ser menos. Leyes injustas, ninguneos sociales, política sectaria, o un talante decididamente amoral. Desprecian nuestra creencia, pero parece que no pudieran vivir sin ella. Aunque sea a la contra. ¿Libertad? Depende. De enseñanza no, por supuesto. "No queremos que la Religión influya en el futuro de los niños", dicen. En el mundo de la cultura ya ni le digo. El déficit de buen gusto es proporcional al expolio de las almas. La agudeza, el arte y el ingenio, que con ahínco pregonaba el jesuita Baltasar Gracián, brillan por su ausencia. En tan variopinto desahogo cultural percibo una mediocre uniformidad, una moda, una pose, una ambición crematística, una sensibilidad ideológica. Poco más. A la orfandad intelectual la precede otra más profunda que es espiritual.

Discúlpeme ésta digressio. Pero es que al verle de nuevo asomado a aquella ventana de la clínica me he puesto a escribir sin remedio, en un rapto filial. Su blanca figura es para mí signo de una pronta resurrección, de una esperanza que exorciza nuestros miedos y demonios. Cuídese mucho.

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